Por Óscar Ritoré
Para themiamiline
CUCUTA, Colombia – Cuando Nicolás Maduro, el controvertido presidente venezolano, anunció el año pasado que la moneda de su país cambiaría de nombre muchos pensaron que se trataba de un anuncio de alta macroeconomía.
Detrás de la creación del Petro (la criptomoneda) hay mucha más que eso, hay una terrible devaluación que convirtió al papel moneda de ese país, prácticamente, en basura.
LA HISTORIA
Cúcuta es una capital de departamento colombiano que colinda con Venezuela y que por años ha vivido de lo que en otras épocas fue la floreciente economía de ese país.
Hoy esta ciudad de casi 600,000 habitantes es un hervidero de problemas por la llegada de casi 400,000 venezolanos, que huyen de la pobreza y la escasez.
Muchos de ellos han montado oficios de supervivencia para poder conseguir unos cuantos pesos colombianos que al cambio significan millones de bolívares que permiten sobrevivir a muchas familias que carecen de lo básico para alimentarse.
Uno de ellos es José Márquez, un habitante de San Cristobal que aprendió a doblar billetes de 500, 100 y 50 bolívares hasta convertirlos en trenzas infinitas que luego transforma en bolsos, billeteras, alfombras y manillas que vende por menos de 20 dólares en las calles de Cúcuta ante la mirada atónita de muchos transeúntes que ven salir de sacos de fique fajos de billetes que prácticamente no valen nada.
Para realizar esta nota para themiamiline tomé un avión desde Bogotá y una hora después desembarqué en Cúcuta. Los problemas abordan al viajero, no hay que buscarlos.
La ciudad está habitada por millares de familias que viven en casas de parientes y algunos ocupan carpas en los parques de esta capital.
El gobierno colombiano realizó hace poco un censo de venezolanos y estableció que en Colombia viven hoy cerca de 800,000 que tienen registro migratorio y se cree qué hay cerca de 200,000 que deambulan por las calles del país en condición de ilegalidad.
La “empresa” de José mide un metro cubico y está compuesta por un cajón mal terminado, una banca de parque y un saco donde guarda con celo su “materia prima”, la cuida no por el riesgo de un asalto, sino por que la pérdida de ella lo obligaría a penetrar clandestinamente a su país para pagar por un billete de 500 bolívares menos de un centavo de dólar.
Su familia, compuesta por cinco miembros, tejen los bolsos en un día, cada uno fabrica tres de ellos que compran muchas personas para enviarlos al interior del país.
El trabajo se hace en condiciones de temperatura tremendas. Cúcuta es una de las ciudades más calientes de esta parte del trópico. En la confección de las “artesanías” se utilizan cerca de 1,500 billetes de varias denominaciones y la habilidad de estos dobladores de monedas logra que las caras de los próceres terminen creando atractivas figuras que los hacen aún más llamativos.
Esta es apenas una de las fórmulas de supervivencia que han encontrado los venezolanos en Colombia para ganar honradamente algunos pesos que les permite enviar leche en polvo, papel higiénico, toallas sanitarias, arroz, sal y aceite al otro lado de la frontera donde, así se tengan bultos de estos devaluados bolívares, no se consigue casi nada.
La situación en ocasiones es tan crítica que los billetes para los bolsos se canjean por papel higiénico, como si se tratara de una paradoja.
Es triste y sorprendente observar que algo tan preciado como un billete termine convertido en una pieza de origami que refleja la desgracia de una nación que parece haber perdido sus valores, incluso el de sus billetes.